Hola a todos, en esta nueva entrada, queremos compartir con vosotros la gran entrevista que nuestra amiga y gran profesional Chus Gómez, le hizo a Mireia Long ( Pedagogía Blanca) con motivo de su visita a Pontevedra para impartir el taller DEJA DE GRITAR en el Pazo da Cultura organizada por nosotros.
Esperemos que disfrutéis de ella!!! y gracias a Chus por compartirla con nosotros.
* la entrevista se publicó originariamente en el Diario de Pontevedra el 7 de febrero del 2015 y las fotos son de David Freire.
Mireia
Long pedagoga,
antropóloga y codirectora de la Pedagogía Blanca
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¿Es posible una crianza sin gritos? ¿Dónde poner los límites a un niño? La
fundadora de la Pedagogía Blanca está convencida de que sí. No es fácil, pero
puede lograrse utilizando técnicas y herramientas con un objetivo claro:
mejorar la vida familiar, crear un entorno agradable y conseguir que los
pequeños se conviertan en seres humanos libres y felices.
«Hay que
dejar que los niños decidan,
un día
tendrán 16 años»
Chus Gómez
Madre, profesora y periodista, licenciada en Historia y
especializada en Antropología de la Crianza y la Educación, pedagoga y
especialista en Comunicación, Mireia Long es además codirectora de los
programas Pedagogía Blanca (pedagogiablanca.com) y Mujeres Empoderadas. Los
días 31 de enero y 1 de febrero estuvo en el Pazo da Cultura de Pontevedra
impartiendo los talleres ‘Deja de gritar’, organizado por el Grupo de Apoio á
Lactancia de Lérez Teta Meiga, y ‘Los famosos límites’ en Docentia.
¿Realmente es posible criar uno o más hijos sin gritarles
nunca?
Sí es posible educar a nuestros hijos sin gritos. Lo que no
vas a poder hacer es no gritar nunca jamás en tu vida, pero sí puedes utilizar
muchas herramientas para perder el control solo en casos extremos, no todos los
días, que es lo que les pasa a muchos padres. Sea cual sea el estilo de crianza
y educación de los padres, su ideología, su clase social, a todos los padres
con los que hablo les gustaría gritar menos a sus hijos. Porque sienten que
pierden el control, saben que están dando mal ejemplo y se dan cuenta de que a
la larga no sirve de nada. Y después se sienten culpables. A nadie le gusta
gritar.
Sin embargo, es lo más habitual. ¿Por qué ocurre esto?
Hay muchas razones. Estamos muy estresados y es más fácil
perder el control, pero ocurre con tu hijo y no con tu marido, tu jefe o tus
amigas. Lo hacemos con los niños porque podemos. Más que autoridad, es poder. Y
los propios niños están muy estresados. Pensamos que ahora están muy mimados,
que se les consiente todo, pero se les consienten cosas que no son realmente
las que necesitan. Los separamos de sus madres siendo bebés, los llevamos al
colegio, donde están horas y se les exige estar sentados y callados. Tienen muy
poca vida al aire libre, muy pocas horas de juego completamente libre. Les
gritamos también porque en el fondo, cuando tienes una responsabilidad enorme,
tienes una carga muy grande sobre tus hombros y de todo lo que vamos a hacer en
la vida, a no ser que seas cirujano cardiaco o piloto de avión, no vas a tener
una responsabilidad tan grande en tu vida que ayudar a que otra persona se
convierta en un ser humano completo, libre y feliz. Estamos acostumbrados a que
se grite a los niños. A la mayoría de nosotros nos han gritado y aunque no nos
guste es algo permitido en la sociedad y cuando estamos bajo mucha presión,
algo que no queremos hacer sale como un acto reflejo. Parece poco, pero somos
tres o cuatro veces más grandes que ellos y cuando un padre grita a un niño es
aterrador. Te paraliza, mina tu autoestima, la confianza que tienes en esa
persona... No nos gusta.
¿Podemos dejar de gritarles?
Yo creo que sí. ¿Cómo? Lo primero es convencerte de que no quieres.
Igual que piensas ‘le daría un azote’, pero no lo haces. Pues igual, ‘aunque
esté al borde del colapso no le voy a gritar’. Le hablaré seria, con una voz
más dura, pero no me voy a poner a gritar. Porque ya no es que grites, es que
te descontrolas y dices barbaridades. ‘Me tienes harta’, ‘No te aguanto’, ‘Me
vas a matar’... Analiza lo que estás diciendo, que son unos mensajes
demoledores para el niño. Cada vez que vas a hacerlo, porque lo notas, hay una
serie de técnicas para pararlo, dar un paso atrás, observar la situación y
enfrentarla de otra manera.
¿Y cómo se hace eso?
Si tu vida es tan agobiante que todos los días le gritas a tu
hijo tres o cuatro veces, ¿qué es lo que tienes que hacer? ¿Cambiar a tu hijo o
cambiar de vida? Hay veces que tenemos que realizar determinadas acciones para
que nuestra vida sea más sencilla y más feliz. Estamos vivos ahora y ¿qué
queremos, que nuestros hijos nos recuerden perdiendo el control continuamente?
¿Queremos que el día a día con nuestros hijos sea feliz? Son las personas que
más amamos. Tenemos que cambiar nuestra vida. Hay gente que me cuenta que todas
las mañanas tiene una pelea porque la niña no se quiere poner los zapatos y
tiene que ser autónoma. ¿Y cuántos años tiene? Tres. Autónoma será con 18. No
crees una bronca todas las mañanas. ‘Es que vamos a tomar café con mis amigas y
los niños están corriendo todo el rato por la cafetería’. Ya, es que no es el
lugar adecuado para tus hijos de tres y cinco años. Porque ni ellos están a
gusto ni estás a gusto tú ni los del resto de la cafetería, que empiezan a
pensar en Herodes. A lo mejor tienes que tomar café en un sitio con un parque
cerca. También tenemos que introducir rutinas en nuestra vida que nos ayuden a
tener mejor estado físico y mental. Son indispensables. Un poco de ejercicio,
algo de yoga, meditación, reza si eres religioso... Hay técnicas para apartarte
de la situación. Una respiración, dar un paso atrás físicamente, reflexionar
sobre ello, acostumbrarte a pensar lo muchísimo que quieres a tu hijo antes de
gritar. Si te acostumbras poco a poco a hacer esas cosas controlas el grito y
lo dejas para cuando hay que gritar: cuando el niño va a cruzar la calle solo.
Ahí sí. Pero no puedes decir ‘¡alto!’ porque se está subiendo a la escalera, a
la silla, porque está cogiendo la taza...
Es decir, habría que elegir el momento y dosificar el
grito.
El grito existe en nuestra manera de comunicarnos. Sirve para
descargar una máxima tensión, pero no en tu hijo y menos si es porque vienes
estresada del trabajo. Si un día normal lo que hace el niño no te molesta y hoy
sí, entonces no es su culpa, es de tu entorno, no lo descargues en él. También
puedes usar ese grito para lo que es natural, momentos de máximo peligro
mortal. Si le gritas a tu hijo seis veces al día, ¿es que hay seis situaciones
de riesgo mortal al día? Son tonterías que nos molestan. Una escalera con una
barandilla es una tentación para un niño, pero él no está haciendo nada malo.
Está haciendo lo que naturalmente su biología le indica que haga: escalar,
saltar, tirarse en los charcos... Es lo que necesita para desarrollarse. Si te
has preocupado de que tu hijo pueda saltar y escalar todos los días en un
ambiente seguro, después sí va a poder estar en un sitio. Pero si tú no le
dejas, ni en el colegio, el niño lo hará donde pueda porque internamente existe
esa necesidad. No puedes perder el control y pretender que tu hijo se controle.
Al final te das cuenta de que casi todo lo que hace es comprensible y de que le
estás poniendo unas normas que él todavía no entiende que sean necesarias. No
puedes enfadarte. A medida que vaya creciendo se adaptará a esas normas
sociales, pero no puedes pedirles con dos años que entiendan la necesidad de
irse a la cama a las ocho en punto. Su cerebro no funciona así.
Otra de las preocupaciones de los padres son los límites.
¿Cómo establecerlos para lograr una educación exitosa?
Los límites son algo natural en la vida. Hay una tendencia en
la crianza respetuosa que habla de que a los niños se les debe dejar autorregularse
en todo porque ellos encontrarán sus límites. Eso, mal entendido, puede llevar
a confusiones. Los límites y la seguridad del niño son responsabilidad tuya
como adulto. El niño tiene un año o dos de experiencia vital, un desarrollo
mental que no es el de un adulto. Eres el responsable de su bienestar y de
ayudarlo a crecer de forma integral. Hay tres límites que siempre tenemos que
poner los adultos: no te haces daño a ti mismo, no me haces daño a mí y no
haces daño a los demás. Eso de que los niños se arreglen entre ellos es el
mayor error que se puede cometer. Los niños no están preparados para gestionar
su agresividad de forma que no dañen a otros. Los sentimientos negativos de
ira, rabia, enfado, celos... son naturales y no hay que reprimirlos, pero jamás
debemos dejar que el niño los descargue en otra persona, sobre todo en otro
niño. Nuestro deber es estar siempre presentes en la vida de los niños,
enseñándoles y ayudándoles. No vas a dejar que tu hijo ponga en riesgo su vida
ni su integridad mental, psicológica, emocional... El último responsable de la
educación de tu hijo eres tú. Con los límites hay gran confusión. Por que al
niño le limitemos siempre en todo no va a ser mejor persona y por que le
dejemos vivir sin ningún límite, tampoco. Cada norma que ponemos a un niño es
muy relativa.
¿Hasta qué punto podemos dejar decidir a los niños?
Cuando un niño es pequeñito en el 90% de las cosas vas a
decidir tú. Hay otras en las que puedes permitirle decisiones autónomas. Por
ejemplo, ¿quiere ir vestida de princesa a la calle? Vale, pero que se ponga los
zapatos. A medida que pasan los años tenemos que acostumbrarnos a que los niños
tomen decisiones y dejarles más autonomía, porque a la gente se le olvida que
sus hijos van a tener 16 años. Mi hijo va a cumplir 15 y tengo total y absoluta
confianza en él para todo. ¿Cómo lo he conseguido? Dejándole una autonomía
paulatina y estando muy pendiente de él, dándole una educación en la que le
transmites valores, le das ejemplo, le explicas las cosas, lo escuchas. Pero si
no les dejas decidir, cuando tengan 18 años no habrán tomado jamás una
decisión. A los 16 o 18 casi todos los chicos se van a enfrentar a la situación
de que alguien les ofrezca drogas, de empezar a tener relaciones sexuales, y
tendrán que decidir con quién las tienen y qué medidas de protección van a
tomar. Si has establecido una muy buena comunicación con tu hijo, en el momento
que decida hacer eso, te pedirá consejo. Se va a encontrar en la situación con
un amigo que está bebido y que tiene que subir en el coche. ¿Qué quieres que
haga? Que se suba en el coche o que te llame a las tres de la mañana: ‘mamá, me
he equivocado. Estoy con unos amigos en otro pueblo, están borrachos, ven a
buscarme’. Esa situación va a pasar y la mayoría se van a volver con un amigo.
Es así.
Y todo por evitar la bronca.
Sí, pero eso no quiere decir que no le digas en qué se ha
equivocado, pero son errores y situaciones a las que cada uno de nosotros se
enfrenta en la vida. Lo único que puedes hacer es esperar que tus hijos confíen
en ti, ayudarles si han cometido un error y dejarles cometerlos, pero habiendo
permitido que eso sea paulatino, para que cuando llegue el momento de tomar una
decisión importante sepan qué hacer, decidan por ellos mismos. Eso es autonomía,
no comerse la papilla solos con un año y medio ni ponerse los zapatos a los
dos. Cuando son pequeños, vamos a separarlos de mamá para que sean autónomos,
ponerles normas, vamos a hacerles hacer muchísimas cosas que les cuestan, y
cuando sean adolescentes no les vamos a dejar hacer absolutamente nada. Por
ejemplo, ¿cómo es posible que un niño de 16 años quede con alguien que ha
conocido en un chat? ¿Qué pasa ahí? Que no tiene confianza en sus padres ni
tiene idea de como manejar los riesgos en la vida. Nadie le ha dejado nunca
ensayar con riesgos más pequeños, pero los 16 años están ahí. Pasa el tiempo
rapidísimo con los hijos. Otra cosa que hay que hacer es dedicarles muchísimo
Más que las notas que saquen, lo que importa es darles confianza en sí mismos y
dejarles elegir» tiempo. No basta una hora al día de calidad, eso es mentira.
Sin embargo, el actual ritmo de vida dificulta cada vez
más pasar tiempo con los hijos. ¿Cómo se puede avanzar en la conciliación
familiar y laboral hoy en día?
Sería maravilloso que pudierámos vivir con dos medios
sueldos, pero realmente no podemos en muchos casos. Cada persona tiene que
buscar su camino. Yo trabajo on-line, pero sé que eso no lo puede hacer todo el
mundo. El pequeño emprendimiento en casa es algo limitado. El tiempo que puedas
estar con tus hijos estate con tus hijos, de verdad, no basta con media horita
haciendo los deberes. Cuando tengan siete u ocho años, ¿vas a estar dos horas
haciendo deberes, que además no te parecen adecuados y le crean ansiedad? Hay
que aprovechar el tiempo con los niños, sobre todo cuando son más chiquititos.
Ellos irán pidiendo poco a poco autonomía y soledad, pero cuando lo necesitan
hay que hacer un esfuerzo enorme por estar. El tiempo pasa rapidísimo. Vamos a
vivir 80, 90 o 100 años y puedes dedicarle esos cuatro o cinco que tu hijo
necesita plenamente y construir una relación de verdadera confianza. Hay quien
no conoce a sus hijos y solo se queja de ellos.
Como, por ejemplo, por culpa de las malas notas.
A mí me da una pena cuando le preguntas a una madre ¿qué tal
tu niño? ‘Ay, no le gusta estudiar, saca muy malas notas...’ ¿Y algo más? ‘Sí,
es buen niño, pero como lo tengo que castigar tanto por las notas...’ ¿Solo
vale de una persona las notas que saque en el colegio? ¡Anda que no hay gente
que no ha tenido una buena vida escolar y ha montado empresas, viajado por el
mundo y ofrecido toda clase de conocimientos a la humanidad! Y personas muy
estudiosas que no tienen una vida satisfactoria y ni siquiera han conseguido sus
objetivos vitales. Lo que importa, más que las notas que saquen, es darles
confianza en sí mismos, en que pueden lograr sus sueños. Escuchar qué es lo que
les gusta de verdad, sus pasiones, dejarles elegir mucho más porque al final es
lo que tendrán que hacer, van a ser adultos y van a tomar sus propias
decisiones, nos gusten o no. La mejor manera de tener un hijo ateo es obligarle
a ir a misa y la mejor manera de que pueda caer en una secta es negarle
cualquier conocimiento o experiencia que no sea el que tú consideras que es
adecuado. Las personas necesitan experiencia y conocimiento. No podemos
obligarlos a que sean exactamente la misma persona que somos nosotros o peor
todavía, la persona que quisimos ser y no pudimos.